Opiniones

Pablo García-Nieto
5 min readAug 10, 2015

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Llevaba tiempo queriendo enumerar y definir una serie de actuaciones coherentes desde mi punto de vista con las que saber cuándo una opinión es valorable, admisible o respetable.

Quizás para los nuevos en esto de la ética les pillará por sorpresa: ¿no son todas las opiniones igualmente respetables? La respuesta es clara: no.

Me pondría a explicar yo mismo cuáles son los motivos evidentes de algo tan tajante, pero filósofos e intelectuales que han dedicado mucho más tiempo a pensar este tema han publicado antes artículos al respecto incluidos en libros de Ciudadanía y Ética. (Sí, esa asignatura que tan necesario era eliminar)

En nuestra sociedad abundan venturosa y abrumadoramente las opiniones. Quizá prosperan tanto porque, según un repetido dogma que es el non plus ultra de la tolerancia para muchos, todas las opiniones son respetables. […] Las opiniones, en cambio, me parecen todo lo que se quiera menos respetables: al ser formuladas, saltan a la palestra de la disputa, la irrisión, el escepticismo y la controversia. Afrontan el descrédito y se arriesgan a lo único que hay peor que el descrédito, la ciega credulidad. Sólo las más fuertes deben sobrevivir, cuando logren ganarse la verificación que las legalice. Respetarlas sería momificarlas a todas por igual, haciendo indiscernibles las que gozan de buena salud gracias a la razón y la experiencia de las infectadas por la ñoñería seudomística o el delirio. […] Cualquiera de los participantes puede iniciar su intervención diciendo: “Yo opino… ”. Pues bien, esa cláusula aparentemente modesta y restrictiva suele funcionar de hecho como todo lo contrario. Y es que hay dos usos diferentes, opuestos diría yo, del opinar. Según el primero de ellos, advierto con mi “yo opino” que no estoy seguro de lo que voy a decir, que se trata tan sólo de una conclusión que he sacado a partir de argumentos no concluyentes y que estoy dispuesto a revisarla si se me brindan pruebas contrarias o razonamientos mejor fundados. En ningún caso diría “yo opino” para luego aseverar que dos más dos son cuatro o que París es la capital de Francia: lo que precisamente advierto con esa fórmula cautelar es que no estoy tan seguro de lo que aventuro a continuación como de esas certezas ejemplares. Éste es el uso impecable de la opinión.

Pero, en otros casos, decir “yo opino” viene a significar algo muy distinto. Prevengo a quien me escucha de que la aseveración que formulo es mía, que la respaldo con todo mi ser y que, por tanto, no estoy dispuesto a discutirla con cualquier advenedizo ni a modificarla simplemente porque se me ofrezcan argumentos adversos que demuestren su falsedad. [1]

Otra de las cosas que se oyen mucho en nuestro tiempo es aquello que dice: toda opinión es respetable. Menuda tontería. Lo habrán oído cientos de veces. Esa será su opinión, sí claro, por eso se la digo, precisamente para ver si usted la discute y me ayuda a mejorarla o a abandonarla o a confirmarla. La idea de que toda opinión es respetable pasa por ser un principio democrático de tolerancia; pero es la negación absoluta de la razón y el progreso. Toda persona es respetable, no toda opinión es respetable. Las opiniones cómo van a ser respetables, éstas están ahí para ser discutidas; discutiere en latín significa coger un árbol y zarandearlo a ver si tiene raíces firmes o no. Las opiniones están para ver si son discutidas, si están o no enraizardas. Las opiniones no tienen más valor que el valor de ser zarandeadas por los demás. Eso sí, la opinión de que 2 y 2 son 5 es una opinión que no tiene el mismo valor que la opinión de que 2 y 2 son 4. Ahora, la persona que dice que 2 y 2 son 5 sí debe ser respetada, no debe ser plantada por esa opinión, ni encarcelada, ni torturada. […] Las forma de mostrar respeto a una opinión es no creérsela, es discutirla, es entrar en controversia. Actualmente hay una mitificación de la opinión, como si la opinión de cada quien fuera una especie de coraza […]

Las opiniones no son castillos para encerrarse, no son torres para levantar el puente levadizo y no dejar entrar a nadie más; las opiniones son un sitio a donde se sale, cuando se opina se sale a la palestra, se sale al patio, no ponemos frente a los demás. […] [2]

Además, me gustaría incluir un fragmento de una publicación de Ignacio Escolar, un periodista al que valoro el cual también entró en la problemática de opiniones respetables a raíz de las declaraciones del círculo religioso en relación a las relaciones homosexuales.

Una obviedad que conviene dejar clara: contra el dicho popular, no todas las opiniones son respetables. No es respetable el racismo ni el machismo ni el fascismo. Por educado y cortés que se sea en las formas, no merece respeto alguno quien argumente que la mujer es inferior y tiene menos derechos que el hombre, o que la esclavitud debería estar permitida. Opiniones así afortunadamente son hoy minoritarias y marginales, pero no lo fueron en otros tiempos. La civilización y la democracia consisten en parte en eso: en dejar atrás discriminaciones que en su momento fueron de lo más honorables para poner los derechos humanos y la libertad por encima de abusos y supersticiones con varios siglos de historia.

Decir que un homosexual tiene menos derechos que un heterosexual tampoco es una opinión respetable. No debería serlo, no deberíamos tolerarlo, por mucho que haya una larga tradición al respecto y que incluso hoy sean minoría los países que no discriminan a sus ciudadanos por su orientación sexual. La homofobia, como el racismo o el machismo, no es aceptable en ningún caso. […] [3]

Sin embargo, ninguna de las referencias que he citado contemplan ni van más allá de la “línea roja” que delimita con exactitud y bajo una ética lo más global posible la separación entre las opiniones respetables y las que no lo son. Entiendo que la problemática principal para establecer dicho límite se basa en la incapacidad de crear una ética o moral común respetada por todos, pero considero que los debates a los que me pudiese enfrentar han de contar con que todos los participantes estén moralmente adscritos a entidades éticas mínimas de una sociedad moderna y actual.

Por eso, el primer límite tangible al que me suscribo pasa por nombrar la Declaración Universal de Derechos Humanos, por ser un documento de mínimos redactado por la Organización de Naciones Unidas, “la mayor organización internacional existente con una composición de 193 estados soberanos en la actualidad”[4] . Las opiniones que no sean capaces de cumplir dichos mínimos podemos considerarlas como no respetables.

Para opiniones de calado menos trascendental desde el punto de vista de ética básica, es necesario reunir ciertas características de forma general:

  • La veracidad de las afirmaciones que contenga la opinión son clave para determinar la respetabilidad. Una falacia no cabe dentro del concepto de una opinión valorable ni respetable.
  • Las opiniones referidas a un fenómeno científicamente probable han de ser acompañadas de datos que cumplan un método científico que justifiquen la premisa inicial.

Desde mi punto de vista, estos son los mínimos en los que he pensado a la hora de delimitar el fenómeno de la opinión respetable, aunque supongo que con algo más de tiempo saldrían otros igualmente interesantes y válidos.

Referencias

1. “Opiniones respetables” Savater, Fernando, El Pais http://elpais.com/diario/1994/07/02/opinion/773100001_850215.html

2. “Ética y ciudadanía” Savater, Fernando. Editorial Montesinos, 2002

3. “Hay opiniones que no son respetables” Escolar, Ignacio. El Periodico http://www.elperiodico.com/es/noticias/al-contrataque/hay-opiniones-que-son-respetables-por-ignacio-escolar-2247087

4. Artículo procedente de Wikipedia http://es.wikipedia.org/wiki/Organización_de_las_Naciones_Unidas

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Written by Pablo García-Nieto

Software engineer, Digital Product + Project Management. València, Spain

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